martes, 21 de abril de 2009

Abril 21 de 2009, 2045

Cuando estaba chiquita mucha gente me decía que no tocara las mariposas, que soltaban polvo y se me podía meter a los ojos y quedarme ciega.
Aún así, nunca dejaron de fascinarme y nunca dejé de perseguirlas.
Las libélulas, siempre tan torpes y ruidosas me hacían sentir identificada con ellas.
Mas adelante aprendí que las mariposas no sueltan polvo sino escamas de las alas, que no me dejan ciega y que sólo se le caen si uno las toca y se despintan y se ponen feas. Las mariposas no se tocan.
Siempre siempre he sentido una atracción especial por las luciérnagas. Tan pequeñitas y tan brillantes. Placer sólo para los que pueden ver.
Así que decidí un día encontrar varias, atraparlas en mis manos y verlas titilar.
Nada mejor para alumbrar un camino cercano.
Sólo por un instante deseé que hicieran parte mía y poder brillar como ellas.
Por fin las solté, pequeñas haditas verdes.
Y dentro mío mucha luz brilló, luz que tal vez nunca había visto.
La luz se contagia, inunda, calienta.
Ese dia entendí aquello de que "la luz de adelante, es la que alumbra".

2 comentarios:

Daniel Rivera Marín dijo...

Cuántas mariposas mataste para darte cuenta, que no se pueden tocar?

UN ABRAZO.

Julibelula dijo...

Vieras que no tantas... lo descubrí con su maquillaje pegado a mis dedos.
PEro si tengo variado especimen en mi colección que prontó crecerá otra vez