lunes, 8 de septiembre de 2008

Septiembre 8 de 2008, 0943

Siempre había amado la siesta. Desde que tenía memoría había sido parte de su vida, casi un ritual para partir el día en dos y recomenzar la tarde como un día cortito.
De un tiempo para acá se había inventado un hombre que la acompañaba en esos minutos de sueño. Sabía tocarla donde debía, sabía besarla, acariciarla, mejor dicho, follársela como Dios manda.
Este acompañante vespertino había sido creado a imagen y semejanza de su deseo, no era ninguno de sus amantes, pero tenía un poquito de cada uno, solo un poquito para que el cuadro fuera exitoso.
Pero ahora, por alguna injustificada y ridícula razón había dejado de dormirse, se concentraba en atesorar la imagen del tipo durante cada uno de los minutos que podía dormir. Ahora prefería mantenerse despierta, no porque se hubiera enamorado. No. Es que ahora se la están comiendo los celos por dentro, los celos de pensar que él también pueda entretener las siestas de otras.

2 comentarios:

Daniel Rivera Marín dijo...

HOLA, ME GUSTA IGUALMENTE LO QUE ESCRIBÍS... ESAS HISTORIAS ESTAN MUY BUENAS. ¿ESCRIBÍS POEMAS? AHH PERDÓN POR EL ERROR ORTOGRÁFICO, GRACIAS POR DECIRLO.

Campanula dijo...

hola, en realidad disfruto tus escritos, me gusta mucho tu manera de escribir, hasta podria decir que en cierto modo me identifico.